Hermenéutica religiosa y sentido

Como ya sabe el lector de este blog, personalmente considero que aquello que llamamos “Dios” todavía ostenta una potencialidad para hacer pensar, para ser pensado, con todas las limitaciones propias de una razón humana que sólo conoce a partir de una interpretación previa en gran medida (en los asuntos antropológicos y morales, pero también en las ciencias empírico-positivas). “Dios” y la religión deben ser pensados en cuanto supuesta realidad en el primer caso y realidad de hecho, fáctica, en el segundo. Al margen, decía en un post anterior, de la realidad de Dios, éste influye y está presente, en infinidad de maneras e imágenes, en la existencia de los hombres, incluso como realidad negada cuando se trata de abordar un sistema ateo. Pero independientemente de que ya estemos de vuelta de los viejos intentos de demostración de Dios, pensar sobre el mismo ayuda a pensar sobre el hombre, la cultura y el mundo, sin pretensiones de llegar a la demostración apodíctica de la existencia o realidad de Dios. 
Bien es cierto que existe la opción indiferentista, muy abundante hoy, que niega la importancia a Dios o a la religión como problemas filosóficos relevantes, pero atendiendo a los actuales acontecimientos históricos y al fracaso de una liberación de la humanidad gracias a la liberación respecto a las viejas creencias (el fracaso de la vieja convicción ilustrada, señala Estrada en la p. 49), hay que revisar lo que podemos creer o no creer. La respuesta no va a ser nunca final y definitiva, sino que como filósofos debemos analizar todas las opciones, con frialdad, viendo pros y contras, y  describiendo. Es lo que hace Juan Antonio Estrada en su densísimo último libro recientemente publicado El sentido y el sinsentido de la vida. Aborda un tema que ya muchos consideran indigno de ser abordado pero lo hace de manera ejemplar, con un sereno espíritu filosófico. Yo no voy a referirme a todo lo que plantea, pues, como digo, el libro es de una prosa densa y apretada, lleno de frases que apuntan a debates, autores y problemáticas muy complejas que merecerían cada una un post en este modesto blog. Sencillamente, como lector, iré destacando y deteniéndome en lo que a mí personalmente me suscita un mayor interés.
Algo que he observado a menudo anteriormente es señalado por el autor en la p. 41. Se trata de que hay una doble posibilidad para la moral, la de emanar de planteamientos religiosos o la de corresponder con un humanismo ateo o sistemas ateos. Es cierto que la moral se puede asumir desde instancias no religiosas, como ejemplifica el caso de Habermas o, creo yo, el caso mucho menos claro y muy tempestuoso del último Camus. Sin embargo, persiste una mayor “utilidad” de los planteamientos morales de raigambre religiosa, que por ejemplo siguen un modelo ético definido, para dotar de fuerza a la lucha moral heroica que puede implicar serios sacrificios. Es muy difícil que desde un ateísmo puro la gran mayoría de personas llegue a un nivel de compromiso que calificaríamos de heroico. Precisando, desde una cultura secularizada puede ser muy difícil que se presenten referentes morales que tiren de uno hacia el heroísmo, justificándose por el contrario una suerte de moral presentista sin “sacrificios” ni heroísmos. Con todo lo negativo que aportan muchas veces las religiones e incluso en este espinoso tema del martirio y del heroísmo, hay que decir, creo, que difícilmente hay otro modo de impulsar una contundente y decidida lucha por un mundo mejor. Las vidas vertebradas por esta lucha, de personas concretas que he conocido, a veces discretas y en un mero ámbito privado o familiar, mantienen un cierto pathos religioso, aun siendo personas que se hayan podido proclamar agnósticas o ateas. 
De hecho, un asunto muy serio es discernir en qué grado es religiosa la moralidad heroica en regímenes oficialmente ateos como fue la URSS. Es decir, que el heroísmo moral, siendo ambiguo y muchas veces peligroso y contradictorio, allá donde exista, en lo bueno y en lo malo, existe con un cierto componente mítico-religioso aun en forma secularizada. De no ser así, estaríamos ante una cierta debilidad moral que paradójicamente afirmaría la vida de un modo que la niega con más trágica fuerza que lo haría todo sacrificio heroico. Se trata de quien hoy, por ejemplo, diría que nadie está llamado a sacrificar su vida y que la moralidad es una cuestión personal, de cultivo personal y colectivo de la vida, de la vida feliz, dentro de unas opciones limitadas, porque además esto sería hoy posible gracias a nuestros sistemas políticos. La debilidad (e incluso la hipocresía y demagogia) de este argumento es obvia. No contempla toda la realidad y olvida los fallos que hoy son evidentes en nuestros sistemas políticos y económicos. Este pensamiento de la no renuncia a la propia seguridad conduce a la perpetuación del régimen de injusticia que niega al hombre a la larga (y a la corta) más que el propio autosacrificio heroico. Mana de esta actitud mucho más dolor y sangre que de todo holocausto ético o martirologio. A veces, las peores orgías de sangre son las más enmascaradas en actitudes supuestamente “racionales” y “serenas”. Porque nos guste o no, cambiar el mundo requiere una dosis de heroísmo, porque es peligroso, ya que uno se enfrenta a un entramado cultural y político impermeable para todo cambio que haya de darse en una línea más racional y justa. Así, la defensa del vivir bien y disfrutar del presente sin exponerse demasiado al peligro, puede encerrar un tenebroso cinismo cuando menos miope para la justicia. 
Lo que es capaz de situarnos con fuerza ante la necesidad de conmover los cimientos de este sistema de dolor y muerte es una cierta motivación de tipo religioso que en el caso del cristianismo, con su apuesta por los débiles, lleva, a pesar de tantos abusos en su nombre, siglos fascinando. Así, el bon vivant al que espantan los heroísmos y sacrificios en nombre de la vida o lo absoluto, no rinde el debido culto a la vida que tanto afirma afirmar y absolutiza una realidad política relativa y frágil. En lenguaje teológico, se diría que es idólatra y demonizador (en un sentido que leí muy bien expresado por Tillich, pero que emana del propio texto bíblico). 
La cuestión es, una vez que llegamos a la conclusión de que es necesario un grado de heroísmo moral, de dónde podemos extraer la fuerza motivadora para el mismo, si de un sistema ateo o de religión en sus distintas facetas. Todo esto son, en cualquier caso y quiero dejar clara constancia, mis comentarios al más puro y personal estilo que ya conocerá quien siga este blog, sugeridos por la lectura de un texto (el libro de Estrada) que apunta a que esto se piense pero sin cerrar la respuesta como yo sí la estoy cerrando. Quiero decir, que la responsabilidad de estas razones es exclusivamente mía y no del autor de libro.
Si no nos conformamos con la función motivadora para el necesario hoy día heroísmo moral (como el que está manteniendo el 15 M, acosado ya con multas, detenciones y amenazas, además de por el silenciamiento y difamación llevados a cabo por los medios de comunicación), hay que seguir indagando. Esta razón no es acaso una razón auténticamente filosófica, salvo que reduzcamos lo bueno, recomendable o deseable a lo útil en un utilitarismo moral que también tiene sus peligros. Soy partidario de abordar la religión en toda su enorme complejidad, como algo que siendo moral no se agota en lo moral, aunque siempre que toque lo ontológico se está tocando lo moral e incluso lo político, creo. En este sentido, Estrada va desarrollando un pormenorizado análisis en el primer capítulo que se centra en la relación que apunta a lo ontológico entre cosmología, ciencia y religión. Al final del mismo, declara que en efecto en la hermenéutica que ofrece el cristianismo hay una pretensión de verdad y de sentido (p. 59), pero como toda hermenéutica, nos llega teñida por la indigencia y precariedad humana, por el carácter fragmentario y débil del hombre que interpreta. La religión tiene que ver con los deseos y proyecciones humanos, con lo que es una cuestión finalmente antropológica, lo que puede servir para acusar a la creencia de ser mera proyección humana sin más (Feuerbach) o, como hacen recientes teologías, considerar este aspecto para la reflexión sobre Dios, el absoluto o la realidad última. Así, en la actual teología se parte de lo antropológico. De hecho, en el caso del cristianismo, el elemento desde el que se interpreta el cosmos y al hombre, desde el cual se valora, es la historia concreta de un hombre concreto narrada en los evangelios. Es decir, en el fondo, en el basamento sobre el que reposa el edificio de una moral como la cristiana está un elemento “metafísico” débil, un relato que puede ser o no acogido como calibrador de morales y antropologías. 
Aunque exista la pretensión de verdad y sentido, nunca podemos demostrar la absoluta veracidad de los relatos y textos o historias en los que “escogemos” sustentarnos. Como señala Estrada, “Siempre abocamos a una interpretación que no se puede demostrar” (p. 59), y esto es tanto para cristianos como para no cristianos o, entiendo, incluso ateos. Este elemento de adscripción magnética a los textos fundadores es lo que al comenzar este post identificaba con lo religioso, considerándolo algo propio de lo religioso o si se quiere, mítico, el poner un “texto sagrado” a los pies. Pero es que el hombre parece no poder librarse de ello y lo único que nos queda, si asumimos una actitud distanciada y racional, es contrastar y evaluar aquellos elementos míticos y religiosos que de hecho definen y encauzan nuestras vidas. Señala Estrada: “Estamos obligados a construir relatos, mitos, filosofías y religiones que definan y encaucen la vida. No hay una ontología última desde la que fundar o demostrar cada una de esas representaciones, sólo podemos contrastarlas y evaluarlas. Son como grandes metarrelatos que ubican, orientan y canalizan”. (p. 59) Estas hermenéuticas son como grandes hipótesis no demostrables pero evaluables y corregibles que deben ser también pasadas por el tamiz de la ciencia, sin que ciencia aquí equivalga a ese saber que puede suplantarlas. Se trata de asumir un espíritu racional, analítico, que sea capaz de evaluar relatos por sus consecuencias e implicaciones, identificando los más coherentes, razonables y resistentes a la crítica tenaz que hay que ejercer sobre ellos constantemente. Esto implica una relación no reduccionista con la ciencia y la filosofía. Cada una en su campo, pero las hermenéuticas religiosas deben corresponder bien sin entrar en sangrantes contradicciones con los descubrimientos científicos actuales, persistiendo además y sin embargo en su carácter de relatos mitológicos motivadores y dadores de sentido. 
Post sugerido por la lectura de Juan Antonio Estrada, El sentido y el sinsentido de la vida. Preguntas a la filosofía y a la religión, Trotta, Madrid, 2010.

Educación y filosofía

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