Hace mucho tiempo, cuando este que escribe aún era un púber melenudo, un profesor de historia buperiana lanzaba una pregunta al aire, por si algún intrépido colegial se atrevía a recoger el guante: ¿ Era el ideal norteamericano, una meta o un fin en si mismo para l@s ciudadan@s del mundo ?
El afamado eslogan del país de las oportunidades, empezaba a tambalearse (quizás lo hubiera ya hecho antes con la nefasta intervención en Vietnam, pero como uno no había nacido, no fuí consciente de eso) y eran más las voces críticas. Europeas en aquel entonces, en contraposición de la curiosa y actual coyuntura refractaria centro-sudamericana, ante un viejo continente complaciente y despersonalizado.
Pues a mi si me gustaría vivir en EEUU y aspirar a recrear las vidas, emociones y penas de los protagonistas de sus series. Tener una casa unifamiliar, con jardín, piscina y coche deportivo en el garaje – resopló un bisoño quinceañero, más por ir a contracorriente que por convicciones personales. Faltó tiempo para que el linchamiento mediático intra-aulario se iniciase, levantando a las fieras de sus asientos de un solo brinco.
Pongo este valle-inclaniano ejemplo, como oportunidad de escape al rancio determinismo de clase, donde el nivel social en el que moriremos está ligado, o correlacionado probabilísticamente, al nivel social en el que nacimos, de manera que en términos sociales estamos abocados a la inamovilidad. O como he oído este mismo verano en la montaña leonesa: “ Quién para pobre está apuntado, lo mismo le da correr que estar sentado ”.
Corren tiempos oscuros, tanto o más que en la maravillosa Juego de tronos de George R. R. Martin, y hay tantos deberes pendientes que es posible que no nos llegue ni este septiembre ni el que viene. Cierto es que los problemas económicos de este país no tienen que ver con el gasto público (muy por debajo en porcentaje del PIB por cada estado de la U.E), ni con los funcionarios, ni quizás tampoco con los políticos que nos gestionan (bueno, algunos, no todos/as).
Por lo que entiendo u he oído a los doctos en la materia, tenemos un grave problema de endeudamiento (en los mercados, nuestros bancos, con prima de riesgo que genera desconfianza y nos atraganta al pedir dinero prestado…), de poca capacidad de recaudación (por evasión y fraude) y de un sistema productivo centrado durante años en la especulación inmobiliaria (de la que todos/as fuimos villanos, desde el banquero hasta el hipotecado más perverso). Claro que hay excepciones, incluso los habrá en la banca, digo yo.
Pero el artículo de hoy iba encaminado más hacía la autocritica. Me dirijo en clave personalista y ejerciendo un poco de altavoz de profesionales de los servicios públicos, los servicios sociales y toda la ciudadanía que en ellos estamos comprometidos y ejerciendo una labor profesional, asistencial y personal, si me lo permiten.
Y digo autocrítica, porque sin ser uno de los motivos más relevantes o determinantes de estos desequilibrios contables, es cierto y hay que aclarar que el asistencialismo en el que hemos caído una parte de la población de este país, nos ha hecho un flaco favor. Recuerdo noticieros y semanarios al albor de una incipiente unificación europea, donde se informaban de sistemas de producción de riqueza y reparto de las mismas, bajo un paraguas asistencial basado en las subvenciones, ciertamente fatídico: Infraestructuras (líneas de alta velocidad), medio rural/agrario (lacteos, vid, lino, tabaco, hortalizas), medio marítimo (fletán, anchoa), medio industrial (minería, acerias…).
Todo y todos pasaban el cazo por papá macro-estado (UE), desarrollando de tal manera una conciencia colectiva mas pensada en el individuo y el sacar provecho de ello. Es ahora, en épocas de penumbra, cuando nos referimos y echamos en falta una educación cívica y mayor conciencia de estado, de interés general por encima del particular, cuando hasta hace bien poco, el estado social y del bienestar, filtraba casos de pillería e inmovilismo que alertaban a la población, destruyéndose entre ella misma.
Por ello y con afán de haber podido herir sensibilidades e idearios de izquierdas extremadamente obcecadas en que la culpa fue únicamente del chá-chá-chá bursátil y empresarial, me despido con un magnifico epitafio leído recientemente de quien no puedo recordar su autoría:
“ Triste es que nos enzarcemos entre los agraviados. Así es como los listos se libran ”.